
Mi empresa de cometas.
No hace mucho fui a Miraflores, mi enamorada me animó a llevar a su sobrino Diego a volar su reciente obsequio: una cometa. Mi ánimo fue desinteresado y apuntaba a divertirme con Diego. Fuimos a los acantilados y después de merodear por los alrededores me decidí por mostrar mis dotes de planeador de cometas. El pabilo tenso, y con la suficiente confianza de mis reflejos, emprendí en la aventura, la cometa se alzó demasiado, estaba volando, la cara de felicidad de Diego hizo que mi afanamiento se recargue.
Pensé en muchas cosas, pero recordé que mi pequeño amigo Diego había venido sólo por una semana a Lima y que ese día era sábado y que era el último sábado de su viaje; qué podía entender Diego de mi empresa, no tenía edad para estar preocupándose de la rentabilidad de mis supuestos negocios, no tenía que merecerse mi desatención, poco a poco fui quitándome ideas de la cabeza y a medida que lo hacía, volvía a sonreír y atender a las carcajadas de Diego, miraba a mi alrededor y mi enamorada me sonreía y hacía señas con los ojos, yo le respondí correspondiendo esas señas; la cometa había perdido vuelo mientras pensaba tanto, poco a poco y a medida que me quitaba las operaciones mentales, ésta recuperó la altura del inicio. Estoy seguro que si hubiera sido niño no hubiera estado pensado tanta cojudez, me habría olvidado el qué tan alto voló ese día mi cometa y, obviamente, habría olvidado las sonrisas que hoy recuerdo de Diego.