viernes, 7 de noviembre de 2008

Lecciones de cuándo ser empresario.


Mi empresa de cometas.


No hace mucho fui a Miraflores, mi enamorada me animó a llevar a su sobrino Diego a volar su reciente obsequio: una cometa. Mi ánimo fue desinteresado y apuntaba a divertirme con Diego. Fuimos a los acantilados y después de merodear por los alrededores me decidí por mostrar mis dotes de planeador de cometas. El pabilo tenso, y con la suficiente confianza de mis reflejos, emprendí en la aventura, la cometa se alzó demasiado, estaba volando, la cara de felicidad de Diego hizo que mi afanamiento se recargue.


No sólo Diego notó mis notables esfuerzos, sino que también lo hizo mucha gente. Una señora se me acercó y preguntó el dónde había adquirido la cometa, no le supe contestar; luego, un niño se me acercó y me preguntó si es que vendía mi cometa, le respondí entre risas que no. Luego se me acercó una familia entera y me preguntó por el precio de las cometas que vendía; amablemente les contesté que no vendía cometas. Sin embargo, poco a poco mi amateur esfuerzo se fue debilitando, mi pensamiento comenzó a maquinar como empresario, me preguntaba qué habría pasado si hubiera traído cinco cometas y las hubiera vendido a 10 soles cada una.


Luego, pensé en las posibilidades en que el comercio que hipotéticamente hubiera ejercido, pudiera caer en un presupuesto informal ante el desconocimiento de la municipalidad de la competencia, pensé en la organización de mi empresa de cometas y en la necesidad del marketing que debía realizar, obviamente no sólo se trataba de vender cometas, sino que también debía demostrar que las que vendía era bienes en perfecto estado y que por ende garantizaba las óptimas condiciones que luego no daría lugar a supuesto reclamos.


Me llené de muchos análisis y de hipotéticos supuestos, pensé en que la próxima vez que vendríamos a Miraflores deberíamos hacerlo de nuevo con Diego para que yo pueda tener la imagen de un empresario desinteresado y colaborativo con la felicidad de otras familias a las que les faltara una cometa.


Pensé en muchas cosas, pero recordé que mi pequeño amigo Diego había venido sólo por una semana a Lima y que ese día era sábado y que era el último sábado de su viaje; qué podía entender Diego de mi empresa, no tenía edad para estar preocupándose de la rentabilidad de mis supuestos negocios, no tenía que merecerse mi desatención, poco a poco fui quitándome ideas de la cabeza y a medida que lo hacía, volvía a sonreír y atender a las carcajadas de Diego, miraba a mi alrededor y mi enamorada me sonreía y hacía señas con los ojos, yo le respondí correspondiendo esas señas; la cometa había perdido vuelo mientras pensaba tanto, poco a poco y a medida que me quitaba las operaciones mentales, ésta recuperó la altura del inicio. Estoy seguro que si hubiera sido niño no hubiera estado pensado tanta cojudez, me habría olvidado el qué tan alto voló ese día mi cometa y, obviamente, habría olvidado las sonrisas que hoy recuerdo de Diego.